Quien vaya siguiendo estas páginas durante este verano, estará comprobando que un cierto número de rollos de película que estoy usando se corresponden con nuevas emulsiones o tiradas limitadas, más o menos experimentales, que han ido apareciendo últimamente. Es el caso de la Orwo Wolfen NC500 o de la Adox Color Mission, de las que he hablado recientemente. Pero también de otra de la que hablaré próximamente, la nueva LomoChrome Color ’92 que presentó recientemente Lomography.
Ya hablaremos otro día de donde salen algunas de estas nuevas emulsiones, que tanto se parecen unas a otras. Y que curiosamente, con frecuencia, si no siempre, nos aclaran que se trata de series limitadas, o que el rendimiento de las mismas varia de un lote a otro. Es un tema que me he ido encontrando y que ha despertado mi curiosidad. Estoy “investigando” el tema, porque parece que ya he encontrado los porqués. O, al menos, una explicación razonable.
Todas esas emulsiones tienen algunas características en común. Principalmente, que sus características de contraste, saturación y rendimiento del color se apartan de la naturalidad de la imagen, del realismo, de la reproducción fiel de la escena que tenemos ante nosotros. Cuando yo comencé en la fotografía como afición seria, los fabricantes de película solían publicitar sus emulsiones resaltando su capacidad para reproducir con fidelidad los colores y los tonos del mundo que nos rodean. Algunas lo hacían centrándose en su capacidad para reproducir tonos de piel, aquellas que buscaban tentar al fotógrafo retratista, otras, en su capacidad para producir tonos vibrantes, saturados, cuando se dirigían, por ejemplo, al paisajista.
Y solía estar el grueso de las películas destinados a los aficionados, con una orientación polivalente, aptas para todas las situaciones que se puedan presentar durante un acontecimiento familiar, durante un viaje, durante una estancia en la playa para las vacaciones de verano, o para los paseos por el campo o la montaña. Y siempre te decía que sus colores eran los más fieles, que iban a reflejar la realidad tal y como la veías. Y así solía ser… más o menos. Como sucede con la Kodak Gold 200, que he usado con la Olympus mju-II en las fotos que presento en esta entrada.
Los medios especializados siempre nos advertían de las diferencias entre las marcas o entre las emulsiones. Podías esperar que en la gama Kodak Gold, de la que hoy en día sólo nos resta la denominación con una sensibilidad ISO 200, los tonos fueran más cálidos, con una buena reproducción de los amarillos y rojos. Mientras tanto, si te ibas a las Fujicolor, de la competencia japonesa al gigante amarillo, los tonos eran algo más fríos, y destacaba la reproducción de los tonos verdes. Kodak ha mantenido su tendencia a los tonos cálidos hasta nuestros días. Lo cierto es que aunque tuve momentos “fríos” en mi afición, desde hace un par de décadas, me han gustado más los rendimientos del color cálidos, como son las emulsiones de Kodak, o las Canon EOS en digital.
Así que en este verano, durante unos días, con una cámara que tiene un objetivo que produce una imagen nítida y contrastada, con una película polivalente y que ofrece un rendimiento mucho más natural de la imagen que las otras que he estado utilizando, con un grano mucho más contenido y que favorece también la nitidez, me deleité en generar la imagen con lo que aporta la luz ambiente, y no gracias al “carácter” “creativo” de la emulsión de turno, que probablemente no volvamos a tener en cuanto los lotes actuales de película se acaben. Estas nuevas emulsiones con “carácter” están bien en algunas ocasiones, pero acaban cansando con el tiempo. Por lo menos a mí. Así que me gusta tener disponible las fiables emulsiones polivalentes de siempre. Como la Kodak Gold 200, probablemente la referencia actual en negativos en color para aficionados.