Ya he venido comentando en diversas ocasiones, no sólo este año, sino durante la existencia de este cuaderno de viaje fotográfico, tanto en su forma actual como en la etapa previa, que el verano no es mi época fotográfica favorita. Al menos en este país, España. Sol que se eleva con rapidez sobre el horizonte, que viaja muy vertical sobre nuestras cabezas durante el día, y que se esfuma también con rapidez. Y a la dura, contrastada, luz de los días, hay que añadir la sensación de agobio por el calor. Inclemente a ratos.
Pero como ya he comentado en diversas ocasiones, si uno madruga, las cosas mejoran. Aunque el sol asciende muy rápido sobre el horizonte, aún tenemos un ratito, lo que algunos llaman la hora dorada, por los tonos cálidos que se le suponen, en el que la luz es más razonable. Lo de la hora dorada es relativo, porque si la atmósfera está muy limpia… pues tampoco dura mucho. En cualquier caso, aunque este año, este verano he dedicado mucho espacio y tiempo a la fotografía en color, también he hecho algún rollo en blanco y negro. Como el que presento hoy.
Primero, la cámara utilizada, la Pentax MX, que últimamente utilizo menos. Por diversos motivos, la Canon EOS 650 se ha adueñado de muchos de mis rollos de película. Pero la MX sigue siendo una de esas cámaras que es muy agradable usar. Para ser una cámara réflex tiene un tamaño muy muy contenido. Y las ópticas Pentax SMC también tienen unos tamaños muy ajustados, sin sacrificar su calidad óptica. En esta ocasión he usado el SMC-A 35 mm f2.8. Un objetivo clásico de la época.
Hoy en día están de moda las ópticas muy luminosas, con f1.4 o incluso más abiertas para los modelos profesionales, y f1.8 o f2 para las ópticas destinadas a los aficionados. Pero en los años 70 y 80 del siglo XX, estas luminosidades en torno al f2 eran habituales para el estándar 50 mm, siendo f2.8 el habitual para los complementos habituales; el 28 mm o 35 mm en el ángular, o el 135 en el teleobjetivo. Muchos aficionados a la fotografía tuvieron una tripleta 28-50-135 o 35-50-135 antes de que se popularizaran los zoom. A mí, el 135 mm siempre me pareció demasiado largo. O demasiado corto. Y también prefería el 28 mm al 35 mm, aunque en algún momento en torno a 1997-1998 acabó llegando a mis manos el 35 mm, que es relativamente moderno, SMC-A, lo cual permitía el uso de varios modos de exposición automática, según las características de la cámara. No es el caso de la MX que es puramente mecánica y manual.
Como material sensible, una de mis emulsiones preferidas en estos últimos tiempos, la Lomography Potsdam Kino 100. Reconozco que esta película, fabricada por ORWO, en origen es la película pancromática para uso en cinematografía ORWO UN54, quizá no sea la más avanzada y moderna comparadas con otras emulsiones, especialmente las de Ilford, de sensibilidades medias en el entorno de los ISO 100-125. Pero me gusta como controla el contraste y la gama tonal. Revelada, como en esta ocasión, con SPUR Acurol-N dilución 1+100 en revelado desatendido durante 60 minutos, con 30 segundos de inversiones del tanque de revelado al principio y un par de inversiones a los 30 minutos, se puede usar a su sensibilidad nominal. Los negativos quedan un poco claros, como si estuvieran subexpuestos, pero lo cierto es que se conserva la textura tanto en las sombras como en las altas luces.
Poco más hay que comentar. Sobre la película y su revelado ya he hablado en otras ocasiones. Creo que cuando sea posible volveré a usarla con el Acurol-N a IE 50, con un revelado más activo en agitación y de menor duración, más convencional. Pero ya está bien. En cuanto al 35 mm… pues me pasa lo de siempre. Si quiero un gran angular tiendo a preferir el SMC-M 28 mm f3.5, aunque sea menos luminoso. Y si valoro más su carácter de “estándar” amplio, suelo preferir el SMC-M 40 mm f2.8, incluso si es mejor óptica el 35 mm, cosa que a aperturas de f5.6 a f11, no se nota gran cosa.