Idealmente, nunca debería haber comprado la Canon EOS 10D. Lo hice de segunda mano, como dice el título de la entrada, en julio de 2007. Y es la protagonista del tercer capítulo de mis “clásicos” digitales, las cámaras fotográficas de captura electrónica con procesamiento y tratamiento de la información de forma digital. Como ya he comentado, las cámaras que constituyen esta serie llegaron al mercado en 2005 o con antelación. Mi acercamiento a la fotografía digital fue paulatino y cauteloso. Lo inicié con una compacta, sencilla, automática, bonita, Canon Ixus 400, en 2003, que puede que funcione pero que es una complicación ponerla en marcha, y por ello dediqué este segmento a la Fujifilm Finepix F10 que fue la segunda que tuve, y que compré dos años más tarde. Después subí el nivel con una compacta avanzada, con modos avanzados de exposición y que guardaba la información en archivos raw, la Canon Powershot G6. Y a finales de ese 2005 que he marcado como el final de la prehistoria, o mi prehistoria, digital, decidí dar un paso adelante y hacerme con un cuerpo réflex digital.
Pero en aquel momento, las réflex digitales tenían varios problemas. Uno… que eran muy caros. Había que gastarse entre 2000 y 3000 euros por una tecnología que se quedaba anticuada en meses. El ciclo de renovación de los modelos de cámara era cada 12-18 meses. Y segundo, que después de mucho leer, no sabía cómo iba a encajar un cámara réflex en mi afición fotográfica. Por ello, y viendo que con los seis o siete megapíxeles que me ofrecían las cámaras compactas me sentía a gusto, opté por comprar un cuerpo de segunda mano. Tenía que ser Canon EOS, porque tenía los objetivos Canon EF y compatibles de mi Canon EOS 100 para película tradicional. Y opté por una Canon EOS D60. Fue el último modelo de Canon en la que la D de la numeración iba antes del número de modelo y no detrás. Seis megapíxeles que llegaron a mis manos en diciembre de 2005… y que me encantaron. Fue amor a primera vista.
Por entonces tomé la decisión, tras trastear aquel final de año, de que compraría un cuerpo nuevo, no de segunda mano, cuando los precios se hubieran ajustado, como mínimo a la mitad de lo que estaban en ese momento, y se hubiesen superado los 10 megapíxeles, que en aquellos momentos me parecía algo impresionante, porque había probado en una tienda de fotografía una Canon EOS 1DS, del año 2002, con 11 megapíxeles… y aquello me parecía el no va más. Qué ingenuo. El caso es que con aquellos 6 megapíxeles de la EOS D60 hice maravillas. Todavía tengo por casa colgada de las paredes alguna fotografía de aquella cámara ampliada a un póster de 50 x 70 cm del que, descontando los márgenes y el título, quedaba una fotografía de 40 x 60 cm, que se sigue viendo bien. Porque si la foto se hacía con buena técnica, y luego la procesabas con cuidado y la mandabas a imprimir a un sitio solvente, quedaban muy bien, aunque oficialmente 6 megapíxeles sólo den para un 20 x 30 cm, una foto cuatro veces más pequeña en superficie.
La cámara, con cuerpo de aleación de magnesio, estaba construida como un tanque. Y sólo le encontré dos problemas importantes en aquellos momentos, en los que no sabíamos que refinamientos nos iba a traer la tecnología en las dos décadas siguientes al momento en que salió al mercado aquella cámara en 2003. El primero era que su sensor de imagen, tipo APS-C, convertía mis objetivos angulares en objetivos estándares. Por lo que tuve que hacerme con un objetivo que supliese aquella deficiencia… y la distribución de focales que me quedó, no era ideal. La segunda es que su visor, por el pequeño tamaño del sensor, también era pequeño. Y aunque mejor que muchos otros modelos, tenías la sensación de mirar al final de un túnel. Ajustar el enfoque manualmente era con los objetivos USM era algo delicado. Pero viajó conmigo a varios sitios. La cámara costaba 3000 euros cuando salió al mercado. Y dos años y medio después yo la compré por la décima parte de su valor. Eso da una idea de lo deprisa que se depreciaba una tecnología que avanzaba a pasos agigantados.
El caso es que el obturador de la EOS D60 entregó el alma estando de viaje en Finlandia, y nunca más funcionó, a principios de julio de 2007. Aquellas cámaras las compraban profesionales; probablemente su primer dueño le hizo muchos ciclos de obturador, y estos tienen una vida limitada. Pero aprendí mucho con aquella cámara. Tal es así que la sustituí a las pocas semanas, por el mismo precio, 300 euros, por una Canon EOS 10D también de segunda mano. Pensaba que todavía tardarían en darse las condiciones que había puesto para comprar un cuerpo nuevo. Mal pensado. Ya se habían popularizado los 8 megapíxeles, y el escalón de los 3000 euros lo ocupaba la primera Canon EOS 5D de formato 24 x 36 mm y 13 megapíxeles. La EOS 10D era como una D60, pero mejorada en varios aspectos. El más destacado, que se podía usar a sensibilidades ISO más altas que la D60. Y funcionó sin problemas… hasta ahora.
La usé poco. A las pocas semanas de comprarla fue anunciada la Canon EOS 40D, con 10 megapíxeles y un precio inferior a la mitad de esos famosos 3000 euros que costaban unos años atrás las cámaras de gama equivalente como la D60 o la 10D. Con la misma calidad de construcción, cuerpo de magnesio, y otras ventajas. Una cámara excelente para su época. Muy conseguida. La gama de los dos dígitos de Canon, aunque aumentó en prestaciones, se volvió más cutre. De plástico, con factura más barata, aunque no bajó de precio. Se volvieron vulgares. Fue una de las últimas X0D que era toda una señora cámara. En cuanto a la EOS 10D… pues aguantó hasta que compré la 40D en la primavera del 2008. Y funcionaba bien. Pero cuando la cogí para hacer las fotos para este artículo, después de unos 10 o 12 años sin usarla… el obturador empezó a fallar, como podéis ver en las últimas fotos de la muestra que traigo. Y es que las cámaras, si no se usan, también se estropean. De todos modos… ya no tenía cabida en mi vida fotográfica. Pronto la llevaré al punto limpio para desechar. Con alguna otra.