Supongo que no es noticia decir que el verano, este año, no ha dado tregua. Calor, mucho calor, y sol de justicia ha predominado durante casi tres meses, desde mediados de junio hasta este mismo fin de semana pasado, con pocos días de alivio. Y eso también afecta a la fotografía, especialmente si buena parte de lo que fotografías depende de hacer kilómetros caminando por paisajes urbanos o suburbanos, o donde la ciudad termina y empieza eso que llamamos el campo.
Son muchos los que tiran de eslogan turístico y alaban la luz y el sol de España. Bueno. No hay un sol de España. Hay un sol alrededor del cual gira el planeta Tierra, y la luz que nos llega viene definida por la geometría del espacio-tiempo a nivel local del Sistema Solar. La luz que nos llega a España no es esencialmente distinta de la que llega al sur de la isla de Hokkaido y norte de la isla de Honsu en Japón en esta época del año, que se encuentran en la misma latitud, a la misma distancia del Ecuador o del Polo Norte, que la mayor parte de España. Las condiciones atmosféricas pueden variar día a día y eso afectar a la calidad de la luz… pero vamos. Es lo mismo. Quizá allí tienen la suerte de que llueve mucho más. Y eso hace que al fotógrafo le surjan muchas más oportunidades, y en general pueda considerar que la luz del norte de Japón es mucho mejor que la de España. He puesto ese ejemplo porque la ciudad japonesa de Hakodate se encuentra en una latitud muy similar a Zaragoza, donde yo vivo.
Y es que con muchas horas de insolación, con la luz del sol cayendo muy vertical sobre nuestras cabezas, sin apenas nubes en el cielo, el tiempo en el que encontramos unas buenas condiciones de luz en verano es muy escaso. Por eso en las últimas semana he mostrado tantas fotos realizadas a intempestivas horas de la mañana, entre las seis y media y las ocho, en torno a la salida del sol. O si no, tiro de blanco y negro, o de fotografía en el espectro del infrarrojo, disciplinas en las que una luz solar dura o intensa importan menos, o incluso son una ventaja. No obstante, cierto domingo a finales de julio me asomé a la ventana, me pareció que con cierta nubosidad la cosa podía ser interesante para hacer unas fotos, cogí la Hasselblad 500CM, el Carl Zeiss Planar 80 mm f2,8 CF y un rollo de Kodak Portra 400, y salí a caminar unos ocho kilómetros hacia el Cementerio de Torrero en Zaragoza. Aunque lo que me interesaba era el camino, no el propio cementerio.
Expuse la película a un índice de exposición de 200, con el fin de tener unos colores más sutiles y un grano más fino, al fin y al cabo de luz andaba sobrado. Pero una vez más, y esto me ha pasado muchas veces, a lo que salí de casa y llegué a la zona donde había pensado hacer las fotografías, esas nubes que atenuaban la luz y la hacían más agradable, habían desaparecido. Ciertamente, lo razonable en esas condiciones es no malgastar película, no hacer fotos, darse una caminata, porque es saludable, y esperar a mejor ocasión. La luz era dura, plana… no daba interés a un paisaje que, sin “algo” añadido, resulta banal. Encima… “despistado” que iba por haber salido a cenar con unos amigos la noche anterior, sábado, cometí algún error al cargar la película. No se veló. Pero la última foto quedó cortada.
En fin… confiemos en que tras un verano siempre llega un otoño, que el sol se levanta menos sobre el horizonte en su ronda cotidiana, que la inestabilidad atmosférica aumenta y que las condiciones de luz varían más, y por lo tanto mejoran. Confiemos por lo tanto en el otoño que ya vemos llegar. En la previsión de esta semana, ya tenemos un predominio de días en Zaragoza con un pronóstico de temperatura máxima por debajo de los 30 ºC. Y hoy tenemos nubes y riesgo de tormenta por la tarde. Lo que no sé si tendré es tiempo y ocasión para disfrutarlas como aficionado a la fotografía.