Reconozco que cada vez paso menos tiempo en internet mirando cosas. La red de redes está llegando a una peligrosa saturación de información... inútil. Y consciente de la inutilidad de mucha de esa información, poco a poco voy dedicando menos tiempo a buscarla. Creo que finalmente internet será un mercado de servicios, y cada uno acudirá a los que realmente le interesen, ignorando por completo el resto. La utopía de foro público mundial de intercambio de ideas, propuestas, creaciones... se irá deshaciendo o desvaneciendo por la basura y el ruido de fondo que la infesta. Y quizá por eso, ha sido a toro pasado cuando he leído los recordatorios de que ayer 19 de agosto era el día mundial de la fotografía. Bien es cierto que me joroba un poco que en ese día se homenajee a Daguerre, que fue un aprovechado, en lugar de recordar a Niepce o Fox Talbot que fueron quienes realmente se curraron el invento.
Aunque sea con un día de retraso, ¿cuál es la mejor forma de celebrarlo? Pues con fotos claro. Que es de lo que se trata. De mantener viva la fotografía como arte y forma de expresión, más allá de la banalidad que impregna hoy en día la facilidad con la que se envían noticias intrascendentes gracias a la facilidad de uso de las cámaras de los móviles para hacer fotos espantosas, pero que hacen gracia a las abuelas y a los abuelos, porque en ellas salen los nietos y las nietas haciendo monerías. O cualquier otra banalidad similar de nuestra vida cotidiana que muchas veces no interesa realmente ni a aquellos a quienes les remitimos las imágenes, y que las vitorean con la esperanza de ser correspondidos con similares vítores cuando ellos publican o remiten en las redes sociales sus propias banalidades intrascendentes.
Luego estamos los que seguimos complicándonos la vida, mayormente incomprendidos por otros, que fingen sorprenderse o interesarse por lo que hacemos, utilizando equipos del año de la polka y siendo fieles a los procedimientos fotoquímicos a la película con emulsiones de haluros de plata, con o sin pigmentos cromogénicos incorporados. Es decir, en color o en blanco y negro. Y a eso voy, porque poco antes de coger vacaciones me dio tiempo a comprobar que tal le sentaba a un objetivo tan simplón y elemental como el Meyer-Optik Görlitz Trioplan 50/2,9 una película negativa en color actual como la Kodak ProImage 100.
Lo del Trioplan es algo curioso. Es un objetivo que se fabricó en los años 50 en la Alemania oriental, para equipos económicos de gama baja. Con una fórmula óptica básica, un triplete de tres elementos en tres grupos, ni siquiera tenía las mejoras de las fórmulas más consolidadas como las Tessar, que convertía uno de estos elementos en un doblete cementado, que aumentaba considerablemente la corrección de ciertas aberraciones y mejoraba así la nitidez de la óptica. Y sin embargo, en estos momentos se cotiza de segunda mano a precios muy superiores a los de otras ópticas mucho mejores. Incluso ciertos caraduras replicaron recientemente el objetivo a unos precios absolutamente demenciales. Pero lo de vender tajo bajo a precio de solomillo es algo que se empieza a ver con cierta frecuencia, como un anuncio reciente de Cosina, que va a comercializar bajo la marca Voigtländer un objetivo con una fórmula anticuada y calidad discutible (le llaman carácter) a un precio en torno a los 800... dólares o euros... no sé muy bien.
En cualquier caso, mi copia del Trioplan fue adquirida antes de que el mercado se volviera loco y me costó una tercera parte de lo que cuestan en la actualidad. Pero siempre lo había usado con película en blanco y negro. Diafragmando mostraba una nitidez razonable en el centro de la imagen, pero en las esquinas hay una pérdida apreciable de nitidez, aunque si la composición es resultona puede pasar desapercibida por el espectador de la fotografía. La película en color es más exigente, puesto que se ponen en juego las aberraciones asociadas a los distintos comportamientos de las distintas longitudes de onda de la luz, que pasan más desapercibidos en la fotografía en blanco y negro.
Por ello, decidí confrontar el Trioplan con un rollo de Kodak ProImage 100, que cada vez me convence más como película todo uso en días soleados. Con colores bien definidos y saturados, pero sin pasarse, y un rendimiento tirando a cálido, pero agradable en su conjunto, y un precio más ajustado que la Kodak Ektar 100, es una película interesante. Aunque ya he dicho en alguna ocasión que una Kodak Portra 160 o una Kodak Portra 400 a un índice de exposición de 200, ofrecen mayor nitidez, colores más naturales, mucho menos saturados que la Ektar,... aunque también a un precio elevado en estos momentos.
La combinación de Trioplan y ProImage 100 la use una mañana de verano con algunas nubes en el cielo, lo que matizaba y suavizaba la habitualmente excesivamente contrastada luz de estos meses veraniegos. Aunque la usé en escenas muy diversas, el mayor número de fotografías corresponden a la mezcla de estilos arquitectónicos que se pueden observar en el Arrabal y otros barrios de la margen izquierda del Ebro en Zaragoza, donde se mezclan los modernos edificios de viviendas, funcionales, con los edificios industriales de hace un siglo. Con una nueva urbanización en algunas zonas en las que han ido apareciendo espacios más abiertos y jardines. El caso es que el rendimiento de la película fue muy bueno, se confirma que es una película muy adecuada para cuando hay luz abundante, y las fotos quedan razonables a pesar de las debilidades del objetivo, a condición de que usemos aperturas de f/8 o f/11. Las más abiertas, f/2,9 y f/4, muestran sus debilidades. Feliz día de la fotografía.
Dentro de mi ciclo de fotografía con equipos del antiguo bloque soviético durante la guerra fría, provocado por la #CrappyCommieCameraParty inducida por @ShittyChallenge en Twitter, decidí dar una oportunidad a la fotografía de aproximación. Llamarle macrofotografía, como podremos comprobar, me parece excesivo; así que nos quedaremos con ese término, fotografía de aproximación, realizada en la rosaleda del Parque Grande de Zaragoza, en las últimas oportunidades que quedaban este verano antes de que las flores de la rosaleda y otros parterres queden agostadas por el calor.
Como vemos en la fotografía anterior, la óptica usada para realizar las tomas fue un Industar-50-2, objetivo de fabricación soviética, para las réflex Zenit, con montura de rosca M42. Aunque existen versiones para réflex Zenit con montura de rosca M39, y también para la montura de rosca L39. Estas dos últimas son iguales, pero la distancia de brida de ambos sistemas es distintas, por lo que el enfoque correcto a infinito no es posible al intercambiar objetivos y cuerpos de cámara. Como la montura de rosca M42 fue utilizada por numerosas marcas hasta la progresiva implantación de las monturas de bayoneta, es compatible con todas ellas y, mediante adaptadores, con otras monturas. Yo lo compré tirado de precio con una Zenit E que no funciona, y lo puedo usar con la Praktica MTL5, aunque es más probable que vaya unida mediante un adaptador a un cuerpo Canon EOS. También tengo adaptadores para Pentax K y micro cuatro tercios.
El objetivo es un 50 mm f/3,5 con una fórmula copiada de los Tessar que se fabricaban en Alemania antes de la Segunda Guerra Mundial. Por lo tanto, su rendimiento no tiene ningún misterio. Si está correctamente fabricado, es un objetivo nítido en el centro, con una mejoría general en todo el campo cuando se diafragma a f/8. El principal problema es que los revestimientos de sus cuatro lentes en tres grupos no son muy buenos, y eventualmente sufre de pérdidas de contraste o artefactos luminosos cuando se usa a contraluz o con la presencia de fuentes de luz potentes en el encuadre. Su apertura es muy modesta. Los objetivos de tipo Tessar no suelen ser más luminosos de f/2,8. Es minúsculo. Y tiene una rosca para filtros de sólo 35,5 mm. El anillo de diafragmas es impreciso y el tope del mismo no coincide con la marca del 3,5.
Hablando de filtros, al poco de caer en mi poder tuve la oportunidad de comprar un juego de filtros de 35,5 mm diseñados específicamente para este objetivo. Seis filtros de los que dos son lentes de aproximación, que son las que nos interesan hoy, dos son filtros amarillos de distinta densidad (1 y 2 diafragmas de pérdida de luz respectivamente), un filtro naranja, que no tengo claro si es para control de contraste o para "calentar" una luz dominante fría, y un filtro gris neutro con un factor de 2 diafragmas de pérdida de luz. La potencia de las lentes de aproximación viene expresada en forma de longitud focal, siendo respectivamente de 720 mm y 240 mm. Como las dioptrías, que es la forma habitual de expresar la potencia de una lente de aproximación, son la inversa de la longitud focal, la de 720 mm tendría una potencia de solo 1,4 dioptrías, mientras que la de 240 mm tendría una mayor potencia de 4,2 dioptrías (aproximadamente todo, redondeando al primer decimal).
Con una distancia mínima de enfoque de sólo 60-65 cm, el Industar-50-2 tiene una magnificación nativa de aproximadamente 0,1x. Muy modesta. La lente de 720 mm, 1,4 dioptrías, nos permitiría llegar a 0,18x, es decir, nos quedamos en lo que es habitual en otros objetivos de 50 mm sin ningún accesorio añadido. Como mucho nos serviría para hacer retratos en primer plano más próximo. Pero la lente de 240 mm, 4,2 dioptrías, nos permitiría llegar al 1:3 de magnificación, por lo que ya podemos hacer algo razonablemente parecido a una fotografía de aproximación. Ambas lentes se puede sumar, 5,6 dioptrías en total, para una magnificación de 0,4x aproximadamente. Con estos datos, me limité a usar la lente de 240 mm, ya que la otra aporta poco, y apilarlas sólo serviría para empeorar la calidad de la imagen.
Como la mayor parte de las fotos las hice en las horas centrales del día, me llevé una sombrilla blanca translúcida con el fin de dotar a las flores de una iluminación suave y uniforme. La película que usé fue un rollo de Kodak Portra 400, que ajuste a un índice de exposición de 200, con el fin de obtener unos colores más sutiles por la sobrexposición. Los laboratorios tienden a subir en exceso la saturación de los escáneres cuando ven flores. En general, estoy contento con el resultado. A pesar de la sombrilla, la cantidad de luz era adecuada para hacer las fotos a f/5,6 o f/8 y tener una velocidad de obturación cómoda para fotografiar a mano alzada, al mismo tiempo que la profundidad de campo mejoraba un poco localmente, aunque el desenfoque de fondos todavía era notable dada la magnificación empleada de 0,33x.
Con todos estos condicionante... he de decir que las fotografías salieron mejor de lo que yo pensaba. La nitidez en el centro del campo y en el motivo principal suele ser suficiente a los diafragmas utilizados, que por la imprecisión del aro de diafragmas probablemente sean más cerrados de lo que indicaba el valor ajustado. Y en las esquinas, como solían estar fuertemente desenfocadas, da igual que no estén nítidas. Una demostración más de que un Tessar, incluso fabricado en Leningrado, es un objetivo que puede dar resultados agradable y muy presentable.
Cuando salía del cine hace unos días, comentaba con mis amistades que al día siguiente tenía que ir a recoger unos paquetes de Amazon. Ya no los dirijo a casa. Nunca estoy cuando los traen y es un rollo. Así que directamente los dirijo a un establecimiento donde son muy amables y que sin estar cerca de casa, tampoco está lejos, y está muy bien comunicado por transporte público. En esta ocasión tenía dos paquetes para coger. Uno pequeñito, una cuerda para mi ukelele, y otro más grandote, dos objetivos estándar para mis dos sistemas de fotografía digital. En ese momento me di cuenta. Tiendo a comprar la mayor parte de mi equipamiento fotográfico en verano. No sé muy bien porqué.
Una amiga me dijo que sería porque en las vacaciones es cuando me doy cuenta que necesito algo. Bien pensado... salvo por un motivo. Cuando no nos amenazan las consecuencias de una pandemia, suelo salir de vacaciones en primavera y en otoño. Así que... Pero lo cierto es que este año sí que he salido en verano. La última semana de julio estuve en Suiza. Tengo que hacer una entrada sobre la parte fotográfica de esas vacaciones. Me llevé como cámara principal la Panasonic Lumix G100, porque tenía la G9 en el servicio de reparación, y como secundaria, con película negativa en blanco y negro, Ilford XP2 Super 400, la pequeñita Minox 35 GT-E. Y ciertamente, la decisión de comprar de este año está influida por ese viaje.
Veamos. La Minox tiene una óptica fija de 35 mm de focal; es lo que hay, si lo quieres lo tomas, y si no, lo dejas. Con la Lumix G100 me llevé una panoplia de objetivo para combinar según lo que fuéramos hacer en cada jornada. Si esta era de visitas fundamentalmente urbanas, tres focales fijas, muy ligeras pero luminosas, el Venus Laowa 7,5 mm f/2, el Panasonic Leica DG Summilux 15 mm f/1,7 ASPH y el Olympus 45 mm f/1,8. Con una mochila discreta, urbanita, puedo ir discretamente paseando por cualquier ciudad. Falta una óptica estándar.
Si la jornada está en la naturaleza, y en Suiza hay muchos alpes, son también tres objetivos, pero uno de focal variable y mas grandote, el 7,5 mm y el 15 mm ya mencionados y el Panasonic Lumix G Vario 35-100 mm f/2,8 OIS ASPH II. Este último es una delicia de utilización. En otras ocasiones me he llevado también como focal estándar el Panasonic Lumix G 20 mm f/1,7. Pero esta focal está muy cerca del Summilux 15 mm, que es mucho mejor ópticamente, aunque el 20 mm esté bastante bien. Así que me lo dejé. Pero la cuestión es que eché de menos una focal estándar. Y empecé a darle vueltas a que necesito un 25 mm, aunque sea económico, pero capaz, para las micro cuatro tercios.
Contemple la posibilidad de llevar al viaje, en lugar del equipo micro cuatro tercios, la Canon EOS RP. En ese caso, hubiera llevado sólo dos objetivos. O el Tamron 35 mm f/1,8, estabilizado, o el Canon EF 50 mm f/1,4, con un diseño ya muy anticuado para usar con digital. Ambos son mucho más grandotes que los objetivos micro cuatro tercios, especialmente el Tamron. Y además, necesitan un adaptador para usar con la cámara, por ser monturas EF, lo que los hace todavía más voluminosos. Como focal variable para las jornadas alpinas hubiera optado por el Canon EF 24-105 mm f/4 L IS USM. También muy luminoso y necesitado del adaptador. Los resultados hubieran sido buenos... pero a pesar de ser sólo dos objetivos, hubiera sido un equipo más voluminoso y pesado que el de cuatro objetivos que me he llevado.
Así que a la vuelta, miré las opciones, y decidí comprar, con buenos precios, los dos "nifty fifty" de ambos sitemas. El Panasonic Lumix G 25 mm f/2,7 para el micro cuatro tercios y el Canon RF 50 mm f/1,8 STM para la Canon. Ambos con precios en torno a los 200 euros o menos. Ambos con una construcción sencilla, pero de razonable buena calidad, y buenas prestaciones en lo que es la óptica. Las fotografías que muestro en esta entrada son de las pruebas que he hecho esta semana cuando los recibí.
Del Lumix 25 mm no voy a hablar mucho. Es muy sencillo de diseño, se usa con facilidad, y tiene un generoso aro de enfoque que se puede usar en cualquier momento para corregir el enfoque automático. Sin nada más que hacer o configurar. Tiene un factor de ampliación de sólo 0,14x, pero con el factor de recorte del sensor, lo que ve este objetivo a su mínima distancia de enfoque es lo mismo que un objetivo de formato completo con un factor de ampliación de 0,28x. Así que, bastante conveniente.
El Canon RF 50 mm f/1,8 STM convierte la EOS RP en una cámara mucho más ligera. Tiene buena calidad óptica. Un factor de ampliación de 0,25x, mucho más favorable que los 50 mm que tenía hasta el momento, ambos nuevos objetivos ven muy parecido a corta distancia. Y tiene un aro polivalente, con un selector de función. En una posición, sirve de aro de enfoque. Pero en la configuración por defecto de la cámara, en posición de enfoque automático, no hace nada. Hay que cambiarlo a la posición de enfoque manual, que ha de hacerse a través del uso de menús. Tengo que configurar algún botón para este cambio. Se puede configurar el aro para que pueda funcionar como cualquier objetivo que permite la corrección del enfoque en posición autofoco. Pero no es nada intuitiva. Ya lo he hecho y funciona bien.
Los de Canon siguen haciendo buenos productos, pero se les va la cabeza a la hora de configurarlos. Las opciones por defecto de este equipo son absurdas. Hay una serie de parámetros que debe ser fácil controlar en cualquier cámara; sensibilidad ISO, velocidad de obturación, apertura del diafragma, compensador de exposición y enfoque. Disparando en RAW, casi todo lo demás lo puedes modificar en postproducción. Y estos controles deben ser fáciles de usar e inmediatos. Porque hacen tan difícil el enfoque manual los de Canon con esta cámara... sencillamente no lo entiendo. Pero una vez configurado todo como debería ser de entrada... va muy bien. Estoy considerando llevármelo a Copenhague dentro de unas pocas semanas, en una escapada de fin de semana largo que vamos a hacer. Ya os contaré.
En la entrada anterior os contaba la historia de mi nuevo accesorio para la Nikomat FTn, un anillo de extensión PK-3, para montura Nikon F pre AI, que es perfectamente adecuado para convertir el objetivo estándar de la cámara, un Nikkor-S Auto 50/1,4, en un objetivo macro con un factor de ampliación hasta 0,67x. No llega al 1:1, que es lo que los puristas consideran como auténtica macrofotografía, pero le anda cerca.
Pero las primeras fotos que hice con el nuevo accesorio no fueron las fotografías en blanco y negro con película llford FP4 Plus que os presentaba el viernes pasado. Como os contaba ese día, el anillo de extensión llego a mis manos gracias a una afortunada serendipia. Hace unas semanas, un domingo por la mañana en la que aprecié una luz decente para ser principios de verano y horas centrales del día, salí a pasear por el Canal Imperial de Aragón y por los pinares de Venecia en la ciudad de Zaragoza. Y le puse a la Nikomat FTn un rollo de Kodak ProImage 100. No Kodak Portra 400 como os contaba el otro día, recordaba mal, a ver si lo corrijo, sino la más cálida y saturada ProImage 100. Y en ese paseo fue cuando me encontré al amigo Rogelio que me habló de este anillo de extensión, que no le servía para sus cámaras y objetivos Nikon, bastante más modernos. Os pongo algunas fotos de aquel paseo dominical.
Tras hablarlo, Rogelio y yo quedamos el jueves siguiente en el Parque Grande de Zaragoza para probar el funcionamiento del anillo de extensión con mi Nikomat y mi 50 mm pre AI. Aprovechando la agradable luz de la tarde ya avanzada, nos acercamos a la rosaleda del Parque, donde todavía quedaban rosas no marchitas, y aprovechamos para intentar sacar partido, tanto del anillo de extensión, que se ajustaba como un guante al 50 mm y funcionaba como la seda, como a la saturación que proporciona la Kodak ProImage 100.
Como veis en los ejemplos que os pongo en esta entrada, la combinación es bastante conveniente. Los colores y saturación que ofrecen la Kodak ProImage 100, que tiende a favorecer los tonos cálidos, cada vez me gustan más. Bien es cierto que el nivel de grano de la imagen no está a la par de las más modernas películas de sensibilidad media o media-baja. Probablemente una Kodak Portra 400 expuesta a IE 200 ofrecerá un grano menos aparente, según mis experiencias previas. O parecido. Lo que sí os puedo decir es que con las primeras fotos, alguna de las cuales os muestro, olvidé que hay que compensar la exposición al utilizar el anillo de extensión.
La Nikomat usaba pilas de mercurio PX625, de 1,35 V, para alimentar el fotómetro de la cámara que ya no se fabrican por los riesgos ambientales y para la salud de este metal pesado. Las opciones en pilas alcalinas son de 1,5 V, por lo que las mediciones que ofrece el fotómetro no son fiables, y además la curva de descarga de la pila es distinta, y por lo tanto no es fiable. Hay otras opciones para alimentar estas cámaras, pero yo no me complico la vida. Uso un fotómetro de mano, en este caso el Gossen Digisix, y ya está. Pero si estás usando un anillo de extensión de una longitud que es la mitad aproximadamente de la focal del objetivo en milímetros, tienes que ajustar el Digisix a IE 50 en lugar de a la sensibilidad nominal, ISO 100, de la película que estaba usando. O abrir un paso el diafragma o doblar el tiempo de exposición. Como se me olvidó, hay algún fotograma subexpuesto. Y aunque la película ha aguantado y las fotografías tienen buen aspecto, eso también incrementa el grano de la fotografía. Dicho lo cual, he quedado muy contento. Terminé las fotos que me quedaban en los días siguientes, caminando por la calle.
Voy ligeramente atrasado con mis revelados. Tenía varios rollos de negativos en color, los de mayo, que tardé una semana en mandar a revelar desde que terminé el último. Las fotos que os traigo hoy las he revelado esta semana, pero ya hace dos fines de semana que las hice. Y las del fin de semana pasado, todavía no sé cuando las voy a revelar. Bueno... me lo tomaré con tranquilidad y poco a poco iré encontrando huecos.
De momento, hablemos de las fotos de hoy. En Semana Santa le di una oportunidad a un rollo de Kodak TMax 400, que hice paseando por la ciudad con la Leica M6 y mis más modernos y capaces objetivos para esa cámara, el Summicron 35/2 ASPH y el Zeiss Planar 50/2 ZM. Esta vez decidí que quería volver a darle una oportunidad a la película de Kodak. Y que quería utilizar mi objetivo más veterano fabricado por Leitz, el Elmar 50/3,5 que venía con mi Leica IIIf, del año 1951. Un objetivo sencillo, con sólo cuatro lentes en tres grupos, una fórmula muy similar a la de los Tessar de Zeiss, que no tiene el contraste de los objetivos actuales, pero cuyos materiales habían avanzado lo suficiente para ofrecer unos resultados muy buenos en su época y bastante utilizables en su momento.
Como es un poco incómodo de accionar su diafragma y le puse el filtro amarillo y el parasol dedicados de la marca, prácticamente, salvo en un par de ocasiones, hice todas las fotografías a f/8, que es su apertura óptima. Midiendo la luz con el fotómetro parcial incorporado de la Leica M6, bastante preciso si sabes donde apuntar, fui ajustando las velocidades de obturación de forma acorde. El revelado, igual que el rollo de Semana Santa, con una dilución Kodak HC-110 B (1+31) durante 5 minutos y 30 segundos a 20 ºC, diez inversiones tranquilas del tambor de revelado al principio del primer minuto y cinco al principio de los siguientes hasta el final del revelado. Los negativos están digitalizados con una cámara Panasonic Lumix y el objetivo macro de 45 mm y f/2,8 asférico que firma Leica para el sistema micro cuatro tercios. Que va muy bien para esto.
El resultado me ha sorprendido... negativamente. Me encontré a la primera inspección con unos negativos con poco contraste. Especialmente con unas luces muy grises. Las sombras aparecieron perfectamente conservadas. Mi primera suposición es que más que una subexposición en la cámara, pueda ser un revelado insuficiente. Pero aparentemente hice todo exactamente igual que con las fotos de Semana Santa, que quedaron muy bien. La película se secó bien, y quedo perfectamente plana, sin problemas para digitalizar, lo que me sorprendió gratamente, porque las Kodak suele curvarse bastante.
El Elmar 50/3,5 tiene un contraste más limitado que los objetivos más modernos. Pero tiene una buena nitidez, era un muy buen objetivo para su época, y es un objetivo perfectamente usable en la actualidad. Yo lo he usado con una cámara digital con buenos resultados. Así que no sé muy bien qué ha podido pasar para esos negativos tan escasamente contrastados y tiernos. Al digitalizar, me he limitado a invertir los tonos para obtener el positivo y ajustar los puntos negros y blancos. Y como el grado de intervención al hacer esto ha sido mayor que con los negativos de Semana Santa, el grano es bastante más apreciable. Alguna foto he tenido que bajarle también los tonos medios para un aspecto final agradable. Aun me queda algún Kodak TMax 400 más en la nevera. Ya veremos que pasa con el en un futuro.